jueves, 4 de abril de 2013

Mujeres, estética y diplomacia


 
Hace unos años, luego de completar la encomienda de redactar con urgencia una nota para llenar uno de los espacios correspondientes al cuerpo de política de El Nacional, tuve la nada feliz ocurrencia de preguntarle a mi jefe de entonces, mi amigo Antonio Fernández Nays, sobre qué opinaba de ella. “Puedes mejorarla”, dijo de forma precisa e incuestionable.

 

“Puedes mejorarla”. Nunca se lo dije, pero pasé varios días pensando en las implicaciones y el contenido implícito de aquella respuesta perfecta. Era difícil conseguir una fórmula diplomática más acertada: no estoy colocándole juicios de valor ni adjetivos ofensivos a la nota; ni haciendo uso de la siempre invocada, pero nunca aceptada, palanca de la sinceridad, afirmando con todas sus letras que, en efecto, la nota no me gustó mucho. Simplemente te cedo el espacio interpretativo para colocar la baza exacta de su calidad, y a continuación te exhorto a que sientes las bases de un efectivo desarrollo de sus potencialidades. Puedes mejorarla. Eres bueno, pero la nota no.

 

Es casi imposible ser absolutamente honesto con una mujer que te pida opinión sobre un peinado, el uso de una linaza o el debut de unas mechas sin exponerse a pasar un desagradable mal rato. Disgusto este que, a la postre, va a incluir una severa autocrítica, en clave de reprimenda, por andar ofendiendo la autoestima de los demás. ¿Cómo se la va a ocurrir a uno, que no es precisamente la versión contemporánea de Espartaco Santoni, andar haciéndole sugerencias que cuestionen los gustos de una mujer?

 
Después de las tormentas, la lección debe quedar aprendida: toda mujer tiene una licencia universal para decirle a usted que anda como un mamarracho, que no le gustan sus zapatos, a recomendarle un enjuague o a prescribirle dónde debe cortarse el pelo, pero eso no le da derecho a aventurar comentarios oblicuos que puedan dar lugar a interpretaciones colaterales destinadas a colocar en entredicho sus gustos estéticos. Todas las mujeres son divinas y se visten a la perfección; lo demás no es problema suyo. No diga que no lo sabía: al mundo lo organizaron así.

 
No hago estas consideraciones con el objeto de hacerme pasar por provocador. Todo lo contrario: lo habitual es que, en materia de atuendos, visitas a la peluquería, compra de perfumes o combinación de colores, las mujeres acierten con absoluta solvencia. En ese, como en otros muchos dominios de la intuición, la ventaja que le llevan al género masculino es abismal. De hecho, la mayoría de los hombres que se visten con elegancia lo hacen porque, sin ser necesariamente homosexuales, están dotados de ese instinto misterioso para desglosar telas y colores. Esa aproximación existencial con la estética que define a muchas mujeres. El lado femenino que tenemos todos, se supone, que yo apenas ahora estoy descubriendo, y que, tomando prestada una frase que le leí  una vez a Jorge Sayegh, podría caracterizar afirmando que es lesbiano.

 
No es muy frecuente ver mujeres mal vestidas: si una lo dice de la otra en realidad es porque no la soporta.  El mundo de la moda es lo suficientemente omnipresente y poderoso; casi todas las mujeres de este planeta están dotadas de un sexto sentido similar al de Jean Baptiste Grenoullie, el prodigio de El Perfume, para sacarle el jugo a sus posibilidades estéticas, maximizando ventajas y reduciendo debilidades.

 
Pero seamos honestos: en el ámbito que corresponde al planeta tierra uno ha visto de todo. Uñas de colores intrincados y dibujitos, pollinas sin fortuna, tacones desproporcionados, trajes embutidos y chillones, cholas que imitan mal a las alpargatas; perfumes que huelen a materos. ¿Tiene usted alguna opinión?  No. No insista. No puede. Las perfectas son ellas. No hay poder humano que pueda con la vanidad de una mujer. Haga silencio y disimule mientras unas y otras se lanzan flores y, de cuando en cuando, le recomiendan otra vez una buena barbería.

 
Pero claro que, si usted quiere probar, acá se me ocurre dejarle esa sugerencia: la respuesta de Antonio. ¿Te gusta mi peinado?: Puedes mejorarlo. Inténtelo y por ahí nos cuenta.