Políticos y
empresarios “exitosos”; gerencia “de éxito”;
“las claves para conseguir el éxito”.
Obtenga el éxito, repítase ante el espejo que usted tiene éxito, cuente
su éxito en diez pasos, multiplique por cinco su éxito; descifre el arte de
alcanzar el éxito, explíquele a los demás que usted tiene éxito. Háganos creer
que usted sigue siendo el mismo muchacho sencillo de sus inicios luego de hacer
realidad el éxito.
No hay tópico
que obsesione más al mainstream global y no hay lugar común más consolidado en
la industria editorial que este de forzar un catecismo cotidiano sobre la
importancia del éxito.
Cotidianamente
hacemos una apuesta porque aquellos elementos emocionales que integran nuestro
credo salgan a la calle a librar una batalla para coronar su objetivo. En la
vida hacemos nuestras causas que nos vamos encontrando, nos apropiamos
sentimentalmente de objetivos que consideramos loables; ocupamos espacios que
sentimos próximos y nos vamos identificando nuevos horizontes por conquistar.
Con toda la pasión y la subjetividad con la cual un ser humano es capaz de encarar
las cosas.
Veo con
alguna frecuencia a muchos “exitosos” demasiado enamorados de la meta; no tan
pendientes del trayecto que debe remontar como corredor. Excesivamente
interesados en salir retratados en la postal de los exitosos. Se supone que las
luchas que libramos todos los días se despliegan con el objeto de honrar un
credo, de concretar una aspiración muy sentida, de hacer realidad un sueño.
Razonamiento que debe descanar sobre una manera estructural de ver las cosas:
la relación entre el esfuerzo y los resultados trae consigo una tensión,
traducida en pasión humana, que sobrepasa largamente esa interpretación tan
pobre y bidimensional de la realidad.
¿Qué es el
éxito? ¿Cuánto dura? ¿Cómo se mide? ¿Existe un desafío a los dioses más
desafortunado e inocente que ese? Se me
ocurre ahora que, por el contrario, no hay aproximación más fiable a la
conquista de un haber personal que contraponerlo con la otra cara del éxito: el
fracaso. La única medicina conocida para asentar el aprendizaje de los hombres.
La verdadera palanca del progreso, la dosis de humildad y sabiduría que debe
acompañar toda ambición humana en este enmarañado universo de voluntades
superpuestas. Una verdad universal que
consigue su expresión en el método científico; el único que ha hecho progresar
objetivamente a la humanidad: el ensayo y el error. Sin fracasos no hay progreso.
Olvidemos
por una vez el carnaval del éxito. Escuchemos, más bien, historias de grandes
fracasos: Miranda, Van Gogh, Abel, Espartaco, Edith Piaf, Héctor Lavoe, José
María España. Gracias a las ofrendas de sus metas irrealizadas entendimos que
la vida no es un juego de volibol. El mundo no sería igual sin sus legados. Sin
esa aproximación poetizada de los dramas humanos: el enorme peso cualitativo
que implica aprender a luchar por aquello en lo que uno cree. Con independencia
del resultado.