miércoles, 29 de septiembre de 2010

Gustavo Cerati un minuto antes del colapso

Hora y media fue el espacio comprendido entre el fin de su último concierto y la crisis que tiene a Gustavo Cerati en un doloroso limbo vital. Es el lunes 17 de mayo cuando su estado se agrava de forma severa. El músico llegó a tener plena conciencia de sus dolencias y eso lo condujo a una grave alteración emocional. La gira fue intensa y el trabajo excesivo, pero no hubo rumbas previas en la ciudad. La estancia en Caracas de Gustavo Cerati todavía tenía puntos ciegos

Alonso Moleiro


Una navegación a través del entorno humano y emocional que circundó el trágico episodio del colapso de Gustavo Cerati en Caracas permite extraer una conclusión: el astro argentino no sólo llegó a tener plena conciencia de la gravedad de su problema, sino que vio aproximarse con claridad las puertas del vacío en el cual hoy subsiste suspendido.

El día decisivo para comprender el desenlace de este trance no fue el sábado 15 de mayo, día de la crisis, sino el domingo 16, fecha del ingreso. Es a partir de entonces que el planteamiento inicial de su dolencia conoció, en cosa de horas, una siniestra –pero más o menos habitual en estos casos- metamorfosis. El rostro definitivo de sus consecuencias iba a ser apreciado el lunes. Su ingreso al Centro Médico Docente La Trinidad se produjo en medio de una comprensible ansiedad adobada con sorpresa, pero ninguno de los protagonistas de este episodio pudo figurarse ni remotamente que las consecuencias iban a ser tan devastadoras.

Parece cierta la hipótesis de que aquel día el músico despertó relativamente estabilizado, incluso de buen humor, con ánimos suficientes para bañarse, comerse las arepas que ha reseñado la prensa y caminar con ayuda por el entorno de la habitación.

De la tarde a la noche del lunes, sin embargo, tuvo lugar un evento inesperado y aún desconocido para el público grueso. Luego de un interregno en el cual pudo dormir, Gustavo Cerati comprobó que no podía escribir y que tenía completamente inutilizada su pierna izquierda. Las insinuaciones mecánicas que se le habían asomado a partir de la noche del sábado ya habían conocido un desenlace inapelable. Le sobrevino a continuación una terrible crisis emocional: tuvo que ser contenido en masa por los músicos de la banda y sus amigos para que no saliera de la cama.

El desajuste puede haber constituido el pórtico del agravamiento de su situación: bordeando la hora de la cena, una rubia médico de guardia constató con alarma que sus signos vitales estaban bordeando la subsistencia. Cerati fue trasladado de emergencia espacio que ha pasado a convertirse en una residencia fija: la sala de terapia intensiva.

I
“El mejor concierto de toda la gira Fuerza Natural” le declaró Richard Coleman, uno de los miembros del séquito, al rotativo argentino Clarín hace muy poco. Una velada húmeda y relativamente fresca en la Universidad Simón Bolívar, en la cual la audiencia se encontró a un Gustavo Cerati especialmente simpático y elocuente, lo suficientemente animado para ofrecerle al público, por ejemplo, una versión de “A merced” nunca antes tocada en vivo.

Había arribado Cerati a Caracas el viernes 14 procedente de Bogotá. Un largo tour de vuelos continuos, mucho trabajo y excesos en fiestas que habían sido desaconsejados por sus médicos personales: fumador irremediable de cigarrillos en cadena, Cerati ya había sufrido cuatro años atrás de una trombosis en la vena de una de sus piernas que le dejó unas cuantas semanas sin caminar. La recuperación llegó rápido, había dejado de fumar, pero quedó el susto: un “cagazo tremendo”, como le había confesado a un periodista austral.
Algunas versiones de prensa –que incluyen reportajes hechos en el Cono Sur- han reseñado que, llegado a Caracas, Cerati había visitado algunos lugares nocturnos hasta altísimas horas de la noche, y atribuyen lo acaecido en estas juergas como el paso previo a la crisis.

Se ha hablado en particular de Moulin Rouge, en Sabana Grande –uno de los espacios que más tarde cierra en Caracas- como el escenario en el cual él y sus músicos calentaron motores como paso previo al concierto. Marcos Santos, uno de los propietarios del local, desmiente por completo lo que considera un mal entendido. “Ese día estuvimos hasta bien tarde en local y nadie supo nade de Cerati”, explica. “Ese chisme se extendió porque en una página web se hizo un montaje con su foto en unos de los sillones del local. La verdad es que todo formó parte de una broma.”

Confirma la información Víctor Méndez, dj que amenizó la velada del “after party” en el camerino durante en el concierto de 2006, en el Sambil, y que iba a hacer lo mismo en la Universidad Simón Bolívar. “Si salió a rumbear el viernes nadie supo nada”, afirma. “Yo no sé si hizo algo privado, tan privado que ni nosotros lo supimos, o se reunió con su gente en la suite que ocupaba en el hotel. Estoy totalmente seguro de que el viernes él no salió a ninguna parte”.

II

Sin embargo, el aspecto de Cerati al día siguiente era el de, como mínimo, un evidente trasnocho. Independientemente de que sea cierto que no salió a la calle de juerga. Se presentó, como estaba pautado, pasada la hora del almuerzo a la USB, en la zona del concierto. Tenía pendiente concluir el “meet and greed”: encuentro organizado por Evenpro con el artista junto a los ganadores de un concurso de twitter a partir del cual se tomarían fotos y se repartirían autógrafos. Luego efectuarían la correspondiente prueba de sonido.

La periodista Herminia Fernández fue una de las afortunadas participantes del “meet and greed”. Ella recuerda que Cerati se presentó con el desaliño propio de un pop star: franela gris y jeans deslavados; lentes oscuros y unos zapatos de goma que ni siquiera tenían las trenzas amarradas. “Fue muy simpático desde el principio”, recuerda. “Nos invitó a cordializar a todos. ‘rompamos el hieló’ fue lo que dijo”. El músico cumplió pacientemente con el trámite: fotos con los ganadores y obsequios; firmas autografiadas, conversiones algo torpes con fanáticos que no conocía y hasta un poema, con llanto incluido, de una de las participantes.

Pudo Fernández quedarse a contemplar la prueba de sonido, un auténtico privilegio que hizo imborrable aquella experiencia. Andrea Benavides, de Evenpro, rememora: “Lucía muy relajado. Tocó casi todo el repertorio de Fuerza Natural mientras bromeaba con la audiencia. Varias veces, porque no le llegaba, pidió que le acercaran una cerveza Polar. ‘Es que no hay una Polar en este país?’, se preguntaba”

La prueba concluyó sobre las cinco de la tarde. Volverían al hotel para arreglarse. Todo estaba listo para ofrecerle a la audiencia de Caracas aquel memorable último concierto. “En la firma de autógrafos, Cerati nos comentó que no se sentía bien”, dice Fernández. “Con eso se disculpó para terminar la conversación. Dijo que estaba resfriado”.

III

“Esta noche tenemos fiesta y será con Leandro Fresco”, prometía Cerati en medio de una ovación cuando se aproximaba el fin del recital. El tecladista de la banda, organizador de otros alter party memorables durante el paso de los argentinos por Caracas, tenía arreglado con su amigo, el locutor y dj venezolano David Rondón, una fiesta de despedida que tendría lugar en Atlantique. Aquel fue, en rigor, el único encuentro nocturno pensado en Caracas para el tour Fuerza Natural.

“El día del concierto y la fiesta, voy al hotel Meliá a verme con Leandro, saludar, llevarle las invitaciones y buscar los pases de backstage”, recuerda Rondón. ”Estuvimos un rato hablando y quedamos en vernos en allá para irnos todos a la fiesta.”. Prosigue: “cuando llegamos a backstage después del concierto los chicos estaban cenando. Como tenía que irme a la fiesta le dije a Leandro que me avisarán al llegar para el acceso de la banda. Justo después, Leandro me escribió que había pasado algo terrible y que se iban a la clínica. Nos fuimos a la fiesta muy tristes, con el "secreto" en las manos. A la hora todo el mundo escribiéndome y haciendo especulaciones. Horrible. Leandro, tan buen amigo que es, horas después fue todo preocupado a la fiesta, queriendo cumplir con su trabajo, pero desbastado por lo de Gustavo.”

Recapitulemos: completada la despedida y el bis, Cerati y los miembros de su banda entraron felices y satisfechos al camerino. Luego de la cena tendría lugar una pequeña velada para celebrar el último concierto de la gira. La banda se tomaría una última foto. Luego, los que desearan partirían a la rumba de Atlantique.

Parece cierta la hipótesis de que a Cerati le irritó la entrada descontrolada e inconsulta de público que, con una pulsera a manera de pase, entró al camerino para conocer al astro para tomarse fotos. El dj Victor Méndez dice: “Normalmente entra publico escogido al camerino. Pero es gente selecta, que se sabrá dar su puesto y podrá comportarse como corresponde ante un astro como Cerati. Si un montón de gente te invade y te aborda sin que te pregunten nada, claro que te tienes que molestar.”

En unas declaraciones muy recientes a Clarin, el argentino Richard Coleman lo recuerda así. “Habíamos tenido un show excelente. Después, nos fuimos a camerinos, nos cambiamos, cenamos y recibimos visitas. Todo en el transcurso de una hora y media. Como era el último show de esa etapa de la gira, nos sacamos una foto con el equipo. Gustavo estaba con cara de cansado. Después, él volvió al camerino y se quedó solo. Al rato, tuvo una isquemia. Perdió el control sobre la mano y el brazo, y fue socorrido por alguien del equipo.(…) En los pasillos, encontré un movimiento muy raro. Adrián Taverna me miró con una cara de que algo malo había pasado. Llegaron los paramédicos y le controlaron la presión… La camilla se lo llevó consciente, y crucé miradas con él.” Tomo un tiempo disolver por completo la atmósfera de celebración que aún imperaba. “Me siento mal. Me quiero ir a la mierda”, había dicho Cerati luego de la foto de familia.

El Centro Médico Docente la Trinidad era la unidad médica con prestigio más cercana. Víctor Méndez recuerda que no hubo que esperar nada entre la crisis y la salida: la ambulancia estaba ahí. Su presencia es obligante en el caso de un astro de su talla, aún si no estuviera pasando nada. También él lo vio pasar justo a su lado en una camilla.

IV

El ex Dermis Tatú y actual Bacalao Man, Sebastián Araujo, había escuchado en diagonal que Cerati estaba en una clínica en Caracas. Como muchos por entonces, pensó que se trataría de alguna indisposición pasajera: la “fuerte subida de presión” a la que hacían referencia los partes oficiales.

Aunque es amigo personal de varios de los miembros del entorno musical de Cerati, muy especialmente del baterista, Fernando Samalea, había permanecido, por esta vez, alejado de los pormenores del show. Es Héctor Castillo, su compañero en Dermis Tatú, hoy aquilatado productor musical internacional muy cercano a Cerati, quién lo llama para confirmarle la gravedad de la situación.

“Yo me activo a partir del miércoles 19. Todos los miembros de la banda se quedaron varados en Caracas. Me ocupé de orientarlos y atenderlos. Héctor me pidió que atendiera sobre todo a Anita Alvarez de Toledo, la corista, por la que Cerati sentía un especial afecto”.
Toda la banda estaba en la clínica aquel martes: a la crisis le siguió la famosa operación de emergencia que puso a sus fans en vilo y colocó al astro en el suspenso actual. Devastados, ninguno quiso declararle a la prensa. Goteados entre esa semana y la siguiente, comenzaron a abandonar el país.

El martes 18 llegan a Caracas la madre de Cerati y su hermana. Araujo cuido de Anita Alvarez, a quien tuvo en su casa en Los Palos Grandes casi un mes completo –el tiempo en el cual estuvo Cerati hospitalizado acá- y el resto de los músicos. Atendió personalmente a la madre y la hermana de Cerati, quienes, ya en la ciudad, asumieron el control de las decisiones del paciente.

Fueron horas de largas conversaciones, recuerdos, incertidumbre y drenajes de angustia. Araujo recuerda que a la hermana y la madre de Cerati estaban atormentadas con el tráfico y la distancia que mediaba entre el hotel y la clínica. “Fueron muy amables, educadas y agradecidas. Anita estaba destruida, pero disfrutó mucho más la ciudad. Salimos bastante y conversamos muchísimo. Se fue con ganas de regresar.”

Una aeroambulancia cruzó un mes después el cielo de Caracas a Buenos Aires y se los llevó a todos con su nuevo tormento. El centro Fleni es, desde entonces, una residencia. El drama de Gustavo Cerati ya le pertenecía a todo el hemisferio

viernes, 3 de septiembre de 2010

cine nacional: buenas noticias en tiempos de decadencia

I
Al cine nacional, como al fútbol nacional, me aburrí de defenderlo luego de pasarme toda la adolescencia ejerciendo una militante y panglossiana, una más o menos inexplicable defensa de su calidad y sus verdaderas posibilidades de crecimiento.
Que estábamos a punto; que reflejaban nuestra realidad; que era todo un mérito que criticaran al sistema; que eran producciones reivindicativas y de izquierda, que le decían verdades un público inscrito en el contexto de la sociedad saudita que entonces estaba de fiesta. Que por ahí venía el gran premio que iba a consolidar la sucesión de esfuerzos que estaban en inventario.
Los años dejaron tras de si altibajos importantes en producción y calidad que fueron sedimentando un sentimiento parecido a la decepción. Hablamos de la última parte del “boom” que había nacido en los años 70. Ejercicios intelectuales empalagosos, a veces incomprensibles; historias crudas con logros formales apenas parciales; situaciones de comedia estrepitosas; “denuncias” sociales cruzadas por toda suerte de lugares comunes y debilidades técnicas, pensadas para jurados de premios distantes, siempre pescados en su inocencia.
Decepción que fue conduciendo las cosas, no al desamor, sino al matizado entorno del desentendimiento. Se acabaron, dejada la ingenuidad de los años adolescentes, las posiciones incondicionales: seria avisado por la crítica el día que valiera la pena pagar por cuenta propia una película venezolana. Ya de adulto, en pleno uso soberano del sentido común, me distancié de cualquier aproximación “comprometida” al cine venezolano como causa.
Entre otras cosas porque ya era hora de que lo hecho en Venezuela aprendiera a defenderse sólo. Comenzaba a ponerse fastidiosa la factura local hecha deber y convertida en una causa. Ya no iría al cine a ver películas hechas acá “porque hay que apoyarlas”; “porque fue hecha con mucho cariño y poco presupuesto”, y, en resumidas cuentas, porque su mérito estriba exclusivamente en que eran de aquí.
II
Años, décadas enteras, fueron pasando en ese vaivén. Policiales interesantes, como Homicidio Culposo, El Atentado o Más allá del Silencio; comedias simpáticas, como Adiós Miami; denuncias de corrupción como El Escándalo.
Ya en los noventa, la oleada del denominado “nuevo” cine venezolano con sus promesas y sus realidades – directores emergentes esperanzadores, como Lamata, Oscar Lucién Atahualpa Lichy, Azpúrua, Leonardo Henríquez. Río Negro, Jericó y Disparen a Matar. Algunos premios internacionales alentadores en el ámbito hemisférico.
Dos causas concurrieron, al menos en mi caso, para que la creciente sensación de que la promesa no iba a materializarse jamás fuera tomando cuerpo: la lenta decadencia de Román Chalbaud como tótem entre los realizadores venezolanos, y la enorme, a ratos interminable, tardanza que tenían los estrenos en hacer aparición. Hubo momentos en los que la ausencia de producciones nacionales era sencillamente escandalosa: un estreno bianual entre tres o cuatro películas prescindibles. Todo en un lustro de cinco años.
Y luego de ver películas argentinas, brasileras y mexicanas tomando por asalto la barrera anglosajona, conquistando una sorprendente secuencia de premios universales y reventando la taquilla, algunas de ellas tomando de la mano la estatuilla de un Oscar, lo cosechado en Venezuela pasó a lucir inapelablemente modesto. En una entrevista concedida al realizador mexicano Irriñatu, éste le reconoció con toda tranquilidad a la reportera de turno que no podía opinar sobre lo hecho en el país porque nada conocía de la cinematografía local.
Una curiosa afirmación que, vista con cuidado, es especialmente afrentosa, aún cuando sea involuntaria: las realizaciones de los países latinoamericanos se cruzan con frecuencia las caras en una larga serie de festivales latinoamericanos y europeos. Al menos de vista, debían conocerse.
Bien que mal, viendo hacia atrás, tampoco se trata de que no existan relieves en el cine venezolano: el premio de Cannes de Fina Torres; los lauros obtenidos por Chalbaud en festivales españoles y franceses; el Coral de Lamata en La Habana y los galardones de Elia Schneider y su esposo Novoa a mediados de los noventa hablan de una cinematografía que tampoco merece ser juzgada como inexistente. Podemos agregar ahora el Biarritz de Mariana Rondón
A partir del desdeñoso juicio de Irriñatu, recuerdo haber convenido en una conversación informal y accidental con Luis Alberto Lamata en el diagnóstico: el cine nacional tiene un promedio de facturación relativamente aceptable en la región, con varias buenas películas y todavía ninguna sobresaliente.
III
Toda la vida me han parecido lamentables y pobrísimos los argumentos que desprecian a las películas venezolanas “porque dicen muchas groserías” o porque en sus secuencias desfilan putas o mujeres desnudas.
No se trata sólo porque groserías dicen todas, y todos las decimos todos los días, sino porque es esta una apreciación que parece ignorar por completo el mandato de una creación artística: hacer una semblanza honesta de la realidad “interviniendo” el entorno que nos circunda con una historia de personas con nombres y apellidos. Argumentos mojigatos medio incomprensibles, que parecen tocados por la dictadura de los doblajes mexicanos de la televisión. Quejarse de una película porque tenga groserías equivale a ofenderse con el cubismo porque no le rinde tributo fiel a las simetrías del rostro.
Podría reconocer que los temas del cine nacional son con frecuencia atormentados y sórdidos, obsesionados con la transgresión de la ley. Incluso antes de que el país entrara en la crisis actual. Es decir, en lo personal echo en falta el desarrollo de temas urbanos, de comedias compactas, de dramas inteligentes centradas en casos particulares. Que no siempre tengan que estarle rindiendo un tributo culpable a nuestro contexto y nuestros males sociales.
Todo lo cual no me impide afirmar que encuentro igualmente ridículo y pedante es aproximarse a las producciones nacionales con sorna porque no traen consigo los atractivos del cine de género. Frivolidades reflexivas adobadas con el perfumado espíritu de las series televisivas. Una audiencia que no quiere mirar a los lados ni asumir las realidades del país en el cual vive.
IV

Pues bien: he aquí que, como el fútbol, el cine venezolano comienza a dar señales alentadoras ahora, cuando dejé de prestarle atención militante. Una camada de nuevos realizadores, temas alternativos, una cantidad ya apreciable de entregas anuales y solvencia técnica. Apuestas a la comedia que caen de pie; experimentos sobradamente taquilleros y de calidad formal inobjetable, distribuidos en el mundo y reconocidos por el público, como el Secuestro Express de Jakubowicz.

Junto a Taita Boves y Habana Eva, el nuevo emblema se llama Hermano, de Marcel Rasquin. Ha logrado, no sólo obtener menciones unánimes en premios tan aquilatados como Moscú y Los Angeles, –parece que ahora va por el de Montreal- sino que lo que pocas, acaso ninguna, producción local había hecho suyo: domeñar los espíritus más cáusticos, tener a la crítica local en el bolsillo, obtener una secuencia de elogios que no deja de asombrar, y, por último, aproximarse a la tragedia social de nuestras barriadas sin malos ni buenos, sin las torrenciales chorradas emocionales demagógicas que se han vuelto tan lamentables y comunes en este tiempo.

Me lo dijo mi amigo Juan Carlos Páez con macerado optimismo: podría ser ésta la versión local de Ciudad de Dios. Comienza a dar la sensación de que algo muy grande podría ocurrir con este proyecto, punta de lanza de lo que parece un nuevo movimiento, en este contexto decadente.