viernes, 29 de julio de 2011

Disparos fallidos (y patrominoniales) de una industria

(publicado en Urbe Bikini en junio)


Estudios dibujados, conversaciones insustanciales, sets con entrevistas, programas deportivos y enlatados colombianos. Salvo excepciones menores, ese es el panorama de la televisión nacional de hoy.

Se consolidó, casi sin que nos diéramos cuenta, hace poco menos de dos años, conforme le dieron a Radio Caracas Televisión la estocada por el cable e hizo su aparición aquel monumento a la nada llamado Tves.

La existencia de una industria televisiva vigorosa, capaz de reinventarse, con músculo para el ensayo y el error, como la que alguna vez tuvimos y algún día volveremos a tener, susceptible de ser criticada sin que le tengamos lástima, guarda relación directa, pienso, con un rasgo que encierra su propia paradoja: la abundancia de programas malos.

Se me antoja que la obtención de un kilometraje específico para obtener velocidad crucero en materia de calidad y frecuencia tiene relación con esta variable probabilística. Es una ecuación que puede ser extensiva al cine: está difícil que alguna nación alcance la madurez necesaria para optar a un premio como el Oscar si sus autores y su estamento técnico no han agotado antes suficientes cartuchos fallidos. La lectura gruesa puede hacer parecer esta disertación como una simpleza, pero, apostando la exquisitez de los matices en la extrapolación a la hora de interpretar, yo me arriesgo. Es un tema estadístico; las expresiones de calidad constituyen una muestra. Por cada cuatro o cinco películas infames, hará su aparición una excelente. Y el país que produzca cuatro o cinco seriados o películas anuales, difícilmente producirá algo de relevancia con excesiva frecuencia.

Usando esta coordenada como patrón –y esto lo digo sin el menor sesgo de ironía- podemos afirmar que, en términos históricos, la televisión venezolana ha hecho la tarea. Junto a sus contrapuntos de alto vuelo, que existen, la televisión venezolana ha logrado enhebrar algunas enternecedoras barbaridades, postales perdidas de nuestro abolengo, estampas disueltas en el aire del pop nacional. De carácter patrimonial. Descriptivas de nuestro perfil cultural.

Olimpia Maldonado y Napoleón Deffit con un sit com de fines de los años setenta: Los Pérez García. El humor Criollo de Perucho Conde y Veneranda: dos vendedores de empanadas que comentaban la actualidad política de entonces. Una secuencia de gags que constituían toda una canallada humorística llamada La Chistera, el más conspicuo antecedente de Bienvenidos. Gavimán: un superhéroe mapleto que imitaba al Chapulín Colorado: Emilio Lovera, Américo Navarro y otros. Trampolín a la Fama, con Pedro Montes: el verdadero precursor del American Idol. Amílcar Rivero de niño: Angelito, Panchito y Arturo y Juanito y El.

Pocos lo recuerdan ahora: luego de pelearse con Gómez Bolaños, Carlos Villagrán se vino a Venezuela a hacer unos seriados con secuencias humorísticas de factura parecida, que jamás nadie logró comprender. El Niño de Papel, Federrico y Kiko Botones.

La lista es extensa: La Inimaginable Imaginación; la Pandilla de los Siete; los últimos suspiros de Cuéntame ese Chiste. Telecómico, El Show de López, Morisquetas. Las peripecias de de una legión de extranjeros viviendo en Caracas, llamada Pensión OEA. Guillermo González y las hermanas Termini en Crecer con Papá. Residencias 33: todas las telenovelas habitando el mismo edificio en discutible clave de humor. Luego de pelearse con Joselo, Menéndez Bardón realizó con RCTV varios intentos de humor cotidiano. “Mami” era protagonizada por Carmen Julia Alvarez, Mary Carmen Regueiro e Imperio Zanmmattaro.

Un kilometraje rodado, que habla de una experticia: un derecho a equivocarse legítimamente adquirido, trabajado con el paso de los años, a partir del cual se fue gestando una identidad que no tiene sentido desconocer. La enumeración hecha, si lo vemos bien, le rinde tributo al carácter industrial de la televisión: seriados de alto y bajo calibre que han ido adobando la vida de generaciones y le dan sentido al criterio de la cultura de masas.

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