martes, 13 de septiembre de 2011

Twitter, facebook

No deja de ser una ironía: cuando hicieron su aparición las redes sociales, muchas personas –y esto incluye a muchas personas sensatas- recibieron con un evidente desdén la novedad.

Nada nuevo bajo el sol, se pensaba: una fórmula algo más expedita para forjar ligues y amoríos automáticos a larga distancia. Espacios insustanciales, para exhibirse y socializar en torno a futilidades; galerías comunicacionales para las vanidades y el ego, que partieron de la discutible premisa de que el resto de la humanidad podía tener interés en las apreciaciones personales que un mortal presentado al detal estampara en unos cuantos caracteres.

La muletilla sermoneadora en torno a las inconveniencias de “el ego”, por cierto, no deja de tener su costado beato: parece proponer que, como criaturas de dios, los hombres debieran ser celosos custodios de su bajo perfilm y que detrás de esta decision personal subyace escondida una misteriosa -y nunca explicada- virtud. El entorno no deben ser desentrañado formulando sofismas ni haciéndose preguntas: para eso están las verdades reveladas. Nadie puede tener derecho a estar todo lo informado que le provoque, dejando sentado, además, el talante de sus opiniones personales ante los demás, sin rendirle un inconveniente y censurable tributo a su propio ego.

Mojigaterías retardatarias en torno a las cuales es menester responder con la frase de Fernando Savater en su Invitación a la Etica: “el ego es la palanca que permite al hombre apostar por su propia infinitud”.

Pues bien: se equivocaron los promotores de ésta actitud hastiada y superior. Poco importa, a éstas alturas, si el problema de twitter es que se trata de una galería de egos. Y si es tal cosa, en castellano clásico, habrá que agregar que mala leche.

Puede que no sean éstas fórmulas definitivas, porque más adelante seguramente aparecerán modelos más sofisticados, pero lo cierto es que, en este estado de la historia, tanto twitter como facebook, así, noveleras y banales, como lucían a primera vista, han alterado para siempre la dinámica de interrelación del hombre en sociedad y han producido una mutación que luce irreversible en el ejercicio cotidiano de la vida civil.

Sobre todo si reparamos en que, luego del declive de las utopías, la política, gracias a las comunicaciones, es una propiedad que, hoy más que nunca, está disuelta en las calles. Una granda fragmentaria cuyas esquirlas han tocado casi todos los ejercicios del devenir humano.

Las redes sociales han sido el paso más certero para articular una forma de comunicacional masiva verdaderamente democrática y casi absolutamente horizontal. Su matiz más importante es su naturaleza multidireccional: en éste reducto termina la dictadura el emisor. La tutela del aparato televisivo y el titular de prensa prescribiendo criterios sobre usuarios indefensos. Al quedar modificada la naturaleza del hecho comunicacional, quedan alterados también, de forma colateral, su naturaleza política y su concepción de poder.

En situaciones apremiantes, como sucedió en Egipto, ha evidenciado una naturaleza revolucionaria y potencialmente telúrica, y ésta propiedad no hará sino crecer conforme su uso continúe expandiéndose.

La comunicación es cultura; la política su aproximación más fiable; el poder político su desiderátum natural. Cuando todo ciudadano está comunicado y ejerce de forma soberana su fuero personal puede plantarle con solvencia cara a la modernidad. En un severo entredicho quedan los prejuicios, las consignas prefabricadas, los fetiches ideológicos. Todas las estupideces reñidas con la transparencia informativa y el progreso que se enmascaran bajo la engañifa de la tradición.

Constituyen las redes, además, el mentís más acabado a la jerigonza marxista, aún residual en estos predios, que insiste en postular que la comunicación de masas y las opiniones de las mayorías están y estarán irremediablemente gobernadas por corporaciones económicas que minan sus voluntades e imponen sus intereses de forma unidireccional sobre los demás, y que pretender la interactividad entre el emisor y el receptor en las comunicaciones del futuro es una ingenuidad.

Queda por completo rebasada, pues, esa incompleta aproximación inicial que tiene a las redes sociales como vectores exclusivos para conquistar amoríos o promover fruslerías en cadena.

Es este, como la televisión y la prensa, un instrumento, que como tal tiene sus condiciones y sus límites. No va a conocer su ocaso porque “pase de moda”, como creen algunos, o porque la gente se fastidie de usarlo cotidianamente: ha quedado demostrado con los hechos que basta que se produzca una noticia de impacto o alguien tenga un interés especial en dar a conocer una información para que cada quien le encuentre, otra vez, un nuevo significado.

2 comentarios:

  1. Saludos! me gusta como abordas la crítica de una forma muy particular. Bien técnica en el lenguaje y con sobriedad. Sin caer en la ofensa y en el dime y di-retes. Muy contrario a mi, que no soporto tanta miseria en este país. Espero me visites y pueda recibir tu apreciación respecto a mi página. Saludos y te sigo

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  2. Ego en redes sociales pasa de moda rapidíto. Concienciación y articulación en defensa de democracias, ya tiene casos históricos y funcionales!
    Gracias
    Besos
    M.

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