sábado, 23 de abril de 2011

Posturas e imposturas del mundo 2.0

1)
Tocadiscos, fax y teletipos, beta y vhs, buscapersonas: antes, a su manera, la gente también quiso ser 2.0. Formar parte de la historia, perfumarse de prestigio social ante el entorno, facilitarse los procesos, sentirse halagado con esa sensación de eternidad y de control absoluto que produce la tecnología.

A mediados de los años setenta, las juventudes caraqueñas de clase media organizaban fiestas privadas llamadas “picotadas”: secuencias musicales con lo último del disco; saraos extendidos empeñados en colocar el radar un poco más allá del caribe; despelotes legítimos en el cual un disc jockey bautizaba a la concurrencia con los ramalazos de novedades de las carteleras anglosajonas. Ni siquiera habían nacido las minitecas.

Hacia los años noventa, lo frecuente era ver a jóvenes en trance de egresados lanzar, en medio de cafetín atestado, un “¡dile que llame el beeper!”. Frases que se querían hacerse pasar por casuales, despedidas ante el improvisado auditorio con aire de importancia y dominio, con las cuales el usuario de turno se encargaba de informar al desprevenido entorno próximo su conexión con la modernidad.


2)
El marxismo y el universo de la izquierda clásica, incluso ahora, sigue pontificando vacuidades en torno a los perjuicios de “el consumismo” y la fulana promoción de “necesidades falsas” del capitalismo.

Nadie ha terminado de explicarnos qué tiene de artificial usar el roaming para la larga distancia, porqué constituye una impostura tener acceso a Internet en un teléfono, poder disponer de dinero en el exterior gracias al uso de un cajero automático o tener la posibilidad de ver películas en la casa, pero así son las cosas. Hoy todos los ministros del gobierno tienen blackberrys que hasta hace cuatro años consideraban consumistas.

“Progresistas” estos, qué ironías, peleados con la palabra progreso: obsesionados únicamente con “retornar a las raíces”, con una confesada grima a la modernidad, especialistas en contemplar el futuro con la nuca. Con una conexión muy precaria con la innovación y la tecnología, la cual admiten de mala gana, cuando no hay remedio: cuando les invade el entorno y sus beneficios les seducen simplificándoles el día. No les gustan las empresas americanas: entonces escogen a las chinas, que hacen exactamente lo mismo pero dicen que son comunistas.


3)
Nos ponemos coquetos con la idea del futuro, pero está claro que no todos los inventos que hemos conocido han llegado para quedarse. Son incontables los alaridos tecno científicos que, prometiendo la llegada de la aurora, generaron un gran interés para luego de pocos años quedar reducidos al papel de enternecedores cachivaches.

Los inventos que, en contrapartida, sí lo hicieron, fueron las que produjeron cambios estructurales: los que, además de su portafolio de novedades, su promesa de confort y su espejismo de eternidad, modificaron los hábitos de las masas y generaron patrones culturales específicos.

Se quedó la radio, medio de comunicación que hizo su debut comercial en el mundo desarrollado hacia 1920, y se quedó la televisión, el rey de los medios masivos del siglo XX, y el mas polémico de todos, que comenzó a invadir los mercados hacia 1950. En algún momento se pensó que éste acabaría con aquella: se equivocaron. Para los dos hubo espacio. En 1932 ya en los Estados Unidos vendían automóviles con radios incorporados.

Los fonógrafos, que necesitaban discos de setenta y seis revoluciones, aparecieron en los años 30. Se fueron con relativa rapidez, pero dejaron herencia: la secuencia de aparatos que nos permiten escuchar música escogida en la casa: tocadiscos, equipos de sonidos, minicomponentes y discos compactos. Sucedió lo mismo con el radio de transistores, quizás el entrañable pionero del ipod, primer aparato portátil de uso masivo. A finales de los años cincuenta ya eran relativamente comunes.

En los años sesenta llegó el video-tape, y entonces comenzó a dejarse registro grabado del material televisivo. Cuando, a finales de los años setenta, se hizo popular el Betamax, y una película podía ser vista, congelada y retrocedida en la casa en un televisor Sony Trinitron, todo el mundo pensó que ya no sería posible ir más allá. Como siempre, si se pudo: vino el VHS, y luego el DVD. Ahora es la propia televisión satelital la que le permite al interesado alquilar películas disponibles y tenerlas detenidas mientras hace unas cotufas el tiempo que le provoque.

Durante los noventa la World Wide Web y el hipertexto potenciaron de forma inimaginada todos lo cultivado hasta entonces en la red. Se consolidó la globalización como un estado de la historia y el mundo se interconectó irreversiblemente. En materia de comunicaciones, Internet está produciendo lo que probablemente sea el punto de inflexión más importante en materia de difusión de la cultura desde la invención de la imprenta.

Un fenómeno que abandono su puesto en la secuencia de novedades que coloquialmente denominados “inventos”, para tutelar, e incluso condicionar, la existencia de sus predecesores. Comenzando por el hasta entonces más importante de todos: la televisión. No sólo se han digitalizado los formatos tradicionales comerciales: todo el consumo de la cultura espera su turno para ser pasado por la violenta cepillada fractal del ciberespacio: los videos de youtube y los canales por internet; los buscadores de yahoo y Google, las descargas musicales; la banda de radio digital.


4)
En cambio, otros artilugios muy populares, alguna vez tenidos por indispensables, ya están extintos o en vías de extinguirse. Parecían eternos, o en cualquier caso prometían más longevidad. Cuando yo tenía doce años me lucia absolutamente deslumbrante comprobar que las agujas de algunos minicomponentes podían activarse con control remoto. Los minicomponentes eran aparatos diminutos, casi siempre de factura japonesa, versión sofisticada y potente del denominado “tres en uno”: la radio, el brazo del disco y los cartuchos del cassette. Eso que todavía llamamos “el repro”: la exposición integrada, muchas veces portátil, del cassette y la radio; la posibilidad de ejecutar grabaciones “de cassette a casette”. Toda una quincalla de nombres pretenciosos que hoy nos hacen sonreír.

Largo acompañante de interminables momentos de felicidad, durante años el único garante del consumo musical fuera del hogar en momentos de desplazamiento: el cassette se fue comenzando el año 2000 sin que nadie lo llorara, dando por finalizado un reinado de, al menos, tres décadas entre la gente. Su salida de las vidas de todos, mucho menos anunciada que la de los acetatos, fue bastante más brusca y definitiva: al fin y al cabo los discos de pasta subsisten en un mercado muy específico y siguen siendo demandados en algunos circuitos sofisticados de coleccionistas y curiosos.

A ambos los sustituyó otro gigante hoy en un severo entredicho: el compact disc. Cuando la lectura láser de discos terminó de conquistar definitivamente el mercado, hacia 1992, se pensó que este sería un formato que podía durar muchas décadas. Cruzando la esquina de la segunda, tiene su vida en veremos: en muy buena medida sobreviviendo en los dominios de la piratería; está disponible todavía, aunque cada vez menos, en los formatos comerciales clásicos, ya más parecido a un objeto histórico que a un adminículo con pertinencia social.

Se fue también el fax, otro símbolo de los años 90, tan popular que su uso parió un espantoso neologismo alguna vez muy corriente:“faxear”; como se fueron los buscapersonas, devorados por los celulares y el teletexto; y las máquinas de escribir eléctricas; como se irá todo lo que no se pueda someter a los mandatos del nuevo capataz de la tecnología, el ciberespacio


5)
Todo lo cual nos permite arribar a lo que quizás sea la nuez de toda esta disertación: ipads, nuevos videojuegos seriados, libretas electrónicas, teléfonos inalámbricos. Cada nueva entrega de la tecnología expande las posibilidades de informarnos, entroniza sucesos culturales perdurables, le dobla la apuesta al germen de la censura, fomenta un intercambio en el cual todos se enriquecen y nadie pierde.

Constituye una simpleza bastante lamentable postular que sus adecuaciones son “plásticas” y que las necesidades que se derivan de su uso son un artificio.

En lo tocante al ejercicio de la comunicación, la tecnología lleva una endiablada marcha a la cual es importante no perderle la pista, al menos en la lectura gruesa. Mucho más trascendente, sin embargo, es mantener actualizado un sistema de ideas estructurado en torno a sus significados. Los inventos se le pueden acercar y escurrir de las manos a cualquier “fashion victim”: no hará absolutamente nada útil con ellos si no entiende nada de cultura de masas; si no calibra su verdadero impacto; si no establece correlato en la teoría; si no puede aportar una letra sobre el contexto. Si sus ideas no tienen peso especifico ni valor agregado.

La tecnología hace mucho adecuando, recreando y refrescando las posibilidades de interacción entre los seres humanos. Para que lo labrado tenga impacto es importante sostener los artefactos en ideas estructuradas. Todo lo demás son pamplinas. Un tecnófilo 2.0 que viva de la comunicación social, y se resigne a marchar exclusivamente en pos de la próxima novedad, tendrá una vida profesional similar al esplendor y la duración de un betamax.

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