viernes, 1 de julio de 2011

La historia de un relato que no se escribió jamás

Se enfrentó al reto de plantarle cara a las hectáreas vacías de una hoja en blanco, intimidado, al borde de la nada. Entre él y aquel glaciar disecado de límites precisos había un manojo de criterios, un glosario irregular de imágenes con aspiraciones de estructura, precariamente organizados en un esquema preliminar.

Esas ideas, que pujaban ansiosas por salir, cabalgarían sobre letras, esa particular forma de ponerle limites a la realidad del papel. Las letras eran un misterioso código perdido en la noche de los tiempos, a su manera, también como los números, una clave en secuencia, sobre el cual descansan las verdades reveladas desde el comienzo de la historia. Todo era cuestión de colocarlas en el orden correcto.

Como unidad básica de la clave informativa, las letras eran los maestros de ceremonia de la escenografía que le quería plantear a los ojos del lector. Agrupadas formaban palabras: batallones de letras que, vistas de forma modular, generaban frases y luego ideas.

Cada una de ellas tenía una cualidad sinérgica, que debía estar dotada de la fluidez necesaria para respetar con solvencia las exigencias del libreto: la gracia para regalarle a las gradas una filigrana improvisada, una gambeta que otorgara brillo a las reflexiones, entendida como figura literaria. Debían estar asistidas, además, de la maestría de la brevedad; el sentido métrico, casi musical, de los signos de puntuación, que acarician el discurso; el tono de infidencia del dialogo, la textura hiperreal de la descripción, la divertida transgresión de las onomatopeyas.

Pensó también que, además de la letra como unidad molecular de su discurso, el relato que se disponía a empezar debía tener precisión, esa indescriptible cualidad que otorga el sentido de la secuencia, que es a un relato lo que al cuerpo humano es la hemodinamia: la tensión arterial, la sangre y la savia en el cuerpo humano y la literatura, los elementos colocados en su puesto para sugerir con pertinencia un planteamiento, idear un nudo, hechizar a los ojos ajenos con la omnisciencia, desordenar los átomos temporales de una historia, perdidos en alguna parte y vueltos a ordenar, y sugerir un desenlace.

Los relatos, se decía, mientras mas cortos mejores. Un relato debe tener la eficacia de una canción: debe ser una unidad emotiva susceptible de ser vuelta a leer, limpio y sin fisuras, como una gota de agua. Su estructura debe estar embutida en sus entrañas con precisión de un relojero.

Sus cuentos tenían que estar algo más que bien escritos. Porque, a diferencia de lo que piensan algunos periodistas, escribir bien no es escribir. Una idea bien escrita no queda necesariamente escrita: sencillamente es la foto tamaño carnet de la realidad. Para que una idea no sea olvidada tiene que estar asistida de un espíritu subversivo que permita vulnerar la realidad. Un acto de audacia con fuerte anclaje en las emociones. Algunos lo denominan arte.

Con el cuerpo en máxima tensión, no dejaba de tener en cuenta la distancia inesquivable entre lo que puede ser y lo que es. Cuantas personas como él afrontaran el mismo dilema al intentar decir lo que piensan.

Sus letras y sus ideas no saldrían a hacer camping ante un entorno beatifico con talante
comprensivo. Les esperaba un encuentro violento, un choque con el entorno en el cual había escasas posibilidades de sobrevivencia. Con frecuencia los relatos que viven en nuestras cabezas se almidonan, envejecen con implacable rapidez. Las mejores ideas hay que apurarlas en hacerlas salir, porque se endurecen como el pan.
Algunas tienen fotofobia: se eclipsan cuando ven la llegada de la luz.

Su corpus de intenciones, como tantos otros, podía concluir barrido sin misericordia
por las circunstancias. Flotaba sobre su cabeza el destino casi seguro de sus preciados razonamientos y sus historias: los comentarios poco entusiastas, bañados en el almíbar de diplomacia, de amigos y gente cercana; las saetas sardónicas y envenenadas, con seguridad hechas a sus espaldas, de algunos envidiosos que conoce de vista; la cordial indiferencia de las editoriales, la lectura apurada y el comentario de compromiso; las urgencias de la burocracia, el demonio burlón de la critica, la maldición del aplauso y el fantasma de posteridad, que impide a los demás de gozar del derecho elemental de expresarse razonablemente y con libertad.

Ya podía ver el final de sus relatos, - al fin y al cabo atados a una estructura de valores y afectos que el consideraba sagrada- , ultrajados por el juicio soez del carnaval de la calle, trajinados en fiestas, escarnecidos por el arlequín del ridículo, intimidados por la obediencia obligada a los premios, por la maldición del éxito, condenados al olvido por las mentes mas simples. La caída y mesa limpia en el casino del demonio de la suerte, a la espera del próximo usuario que quisiera jugar en la ruleta el delirio de ese fármaco del ego que denominan la fama.

Decidió entonces detenerse. No iba a exponer su obra al juicio temerario y descarnado de la jauría de la humanidad. Sus relatos no merecían un destino semejante antes de nacer. Sus relatos vegetaban suspendidos con plácida tranquilidad en los laberintos de su cabeza y él sabía que eran lo bastante buenos. Eso bastaba.

Pensó que, sobre la faz de la tierra, en las cabezas de muchos, había centenares, miles de ideas, de alquimias, de escenarios posibles, de realidades construidas y por construir, de símbolos y sensaciones, de verdades y transgresiones que nadie conocía. Algunas no serian conocidas jamás, y no por ello dejarían de existir.

Su ejercito de letras, su brigada de palabras, la clave genética que hacia posible sus razonamientos, la combustión que daba estructura a sus ideas, gestada en alguna parte, anotada en la memoria de la especie, como una huella digital, nacida para ser única e irrepetible, como el de todos los hijos de dios, pasaría a engrosar la lista, jamás revelada, alguna vez divulgada, de aquellos que, teniendo algo que decir, decidió guardar silencio.

1 comentario:

  1. Cómo se escribe la acción "suspiro"... porque eso hice, cuando terminé de leer... cómo me gustaría ser la protagonista de un relato que no se escribió jamás. mis respetos señor poeta:)

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