La historia del hombre, lo dijo alguien, es la historia de
la lucha de clases. En el escenario nacional del hogar, la pugna de las
tendencias que lo integran es la misma que, por siglos, ha dominado la pasión
en la calle.
La defensa de intereses sectoriales; el acceso a las
comodidades y los recursos; las prerrogativas y los derechos adquiridos. El
derecho a expresarse. El respeto a la diferencia. La distribución de
obligaciones. Las “conquistas sagradas”,
de carácter progresivo e imprescriptible. Burgueses y proletarios. Celtas y
normandos. Romanos y cartagineses. Croatas y serbios. Nativos y colonos.
Comunistas y capitalistas. Machos y hembras. Quedó dicho: la historia del
hombre es la historia de la lucha de clases.
El machismo ortodoxo en su versión totalitaria, lo
proclamamos, amén de su desprestigio, es una corriente que ha sido derrotada y
completamente superada por la historia.
Caminan a conocer el fin de sus días los sistemas organizativos de
inspiración comunal, mando centralizado y partido único. Le vamos dando al
adiós definitivo a los liderazgos vitalicios: el “máximo líder”, padre
responsable, que todo lo que hacía, incluyendo lo malo, era por nuestro propio
bien, se preocupaba por la salud de su pueblo y administraba la justicia. La
centralización de las decisiones, el presidencialismo de la casa.
Ahora el “amor eterno” es una realidad condicionada. La
posibilidad de la secesión es una posibilidad latente. Cada cuatro o cinco
años, las parejas legitiman el sistema con la convocatoria a nuevas elecciones.
Prescribió el tiempo en el cual el macho proveedor financiaba
las actividades de su cónyuge, establecía vedas y condicionantes para que ésta
trabajara y tutelara con apelaciones su vestimenta. Ha caducado el período
histórico en el cual éste, como sujeto político, esperaba paciente el momento
de ser servido para almorzar; no se sintiera si quiera compelido a mover un
dedo para poner orden en el espacio geográfico del hogar y administrara a su
real entender los premios y castigos de su mujer e hijos.
El absolutismo masculino fracasó. La figura todopoderosa y
estoica de los machistas históricos, como Jorge Negrete y Emiliano Zapata, si
alguna vez inspiradoras y legítimas, descansan hoy en un mausoleo público, a la
vista de todos, víctima de la diversidad y el libre juego de ideas. Adiós al
“mi amor, prepárame un cafecito”; “no me esperes, llego tarde”. Adiós al
“Machismo Real”. La utopía machista ha
muerto.
II
Alentados con los vientos de cambio vigentes en este tiempo
federal y descentralizado, los machistas de esta hora asumimos el reto de
postular el nacimiento de una nueva corriente de pensamiento: el machismo
democrático. La
Perestroika del discurso lividinal.
Alejados de forma categórica de toda forma de totalitarismo,
los machistas modernos salimos a la calle a debatir nuestras tesis, defender
nuestros postulados, obtener la voluntad del electorado y aceptar sin complejos
los retos del sofisticado sistema de negociación y acuerdos que trae consigo el
exigente parlamentarismo del hogar moderno. En las grandes democracias, como se
sabe, los delegados en el parlamento han sido escogidos para discutir y
disentir, pero es su sagrado deber trabajar para acordar.
Nuestro objetivo, dicho sea esto sin ambages, es el mismo:
la toma y el ejercicio del poder en una sociedad de iguales. Creemos en la
alternancia, la rendición de cuentas y los mandatos revocables. Comprendemos
que el amor no puede estar totalmente estatizado: hay cuotas importantes del
afecto que le pertenecen al sector privado. Han cambiado los métodos. El
machismo democrático, o postmachsimo, distanciado, como ha quedado dicho, de la
imposición y el unilateralismo, de la homofobia, la discriminación y otras
taras del comportamiento social, coloca sus cartas sobre la mesa para
disputarse la repartición de obligaciones en el ejercicio del gobierno frente a
quien ha sido nuestro adversario histórico, hoy, sin embargo, y sin duda
ninguna, complemento indispensable para mantener vigente el sistema democrático
de una casa: el sindicato femenino.
Los excesos del pasado no nos impiden poner sobre la mesa
nuestros postulados. Colocar condiciones, poner limitantes, exigir derechos y
emitir opiniones legítimas con entera libertad.
Respetuosos indeclinables de las libertades públicas y las
legítimas aspiraciones de otras corrientes, los neomachistas exigimos, ante
todo, respeto. El neomachismo está integrado por un corpus de ideas de
innegable raigambre histórica e indudable pertinencia social. Declaramos
entonces que no nos da ninguna pena asumirnos como tales. Es cierto: nos
encanta extraer comida fría de la nevera; nos aterran las crisis de llanto; nos
atormentan las peluquerías y nos exaspera salir a comprar. Suspiramos por la Radio Rochela,
recordamos con afecto a Iris Chacón, nos fascina ir al estadio, comer perros,
beber cerveza y acostarnos tarde. ¿Las mujeres son feministas? Pues nosotros
somos machistas. No hay, en esta postura, mácula, vergüenza, pecado capital o
hecho punible que se nos pueda enrostrar.
Creemos es necesario obrar con respeto por la diferencia y
estamos dispuestos a acordar ahí donde sea necesario. Tenemos nuestras
opiniones, sobre el llanto como mecanismo de negociación y presión; sobre las
habilidades al volante de nuestras socias; sobre el tiempo legítimo de duración
de una compra; sobre la capacidad de mantener encriptado un secreto. Condenamos
con sincera repugnancia la violencia doméstica, la patanería, la actitud
recostada, las agresiones, la falta de decoro y la actitud irresponsable de
otros tiempos. No imponemos leyes: tenemos opiniones.
El machismo moderno es, entonces, un nuevo y amplio cauce
como concepto político. Irrumpe en el escenario nacional para hacer suyas las
aspiraciones de muchos hombres incomprendidos, postrados ante el regresivo
escenario de hoy, en el cual tenemos que soportar toda suerte de observaciones
ofensivas sobre nuestra panza, nuestros
cortes de pelo y nuestros atuendos, siendo, al mismo tiempo, forzados por las convenciones
vigentes a alabar pinturas de uñas con color discutible, cholitas sin demasiada
fortuna y arreglos de peluquería de urgencia forzada.
Todos se enriquecen y nadie pierde en el pluralismo
político. En el disenso está la diferencia. El potsmachismo está de regreso
para hacer justicia y defender sus postulados por la vía democrática. No
proclama la supremacía: invoca el debate
Consciente con los deberes orientadores para con su
militancia, habiendo tomado nota del enorme vacío ideológico de estos años, al
corriente de la importancia de sentar un precedente que oriente nuestro plan de
acción y le otorgue un norte a los ciudadanos angustiados y confundidos,
aturdidos por los baby showers; las instrucciones telefónicas; los regaños
culinarios o las terapias y los spas, los machistas democráticos hacemos
público nuestro cuerpo doctrinario. Un pliego de peticiones que, a diferencia
de otros eventos del pasado, no es conflictivo: es de carácter conciliatorio.
En días laborales, después de las diez de la noche sólo se
admitirán preguntas de selección simple. El tránsito al descanso de un hombre
agotado luego de haber cumplido sus obligaciones del día no podrá bajo ninguna
circunstancia ser interrumpido con inquietudes de carácter estructural,
desarrollos argumentados o dilemas existenciales de compleja resolución.
Inquirir, desde la sala, “¿Llevaste el
carro al mecánico?” puede quedar respondido con un leco que traiga envuelto el
monosílabo “si”. Luego de cumplidos los horarios estipulados, por lo tanto,
comentarios o preguntas como “no me gustó lo que me dijiste el miércoles de la
semana pasada” o “¿qué vamos a hacer con este país?” quedan expresamente
prohibidas.
Todo hombre tiene derecho a escoger en qué ayuda en la casa.
El machismo de esta hora declara que ayudar en el hogar no forma parte de una
consigna para engañar incautos, obtener publicidad o granjearse simpatías
artificiales en el electorado: es parte de un compromiso de carácter
indeclinable. Los hombres de esta hora, sin embargo, en aras del decoro y el
honor, invocando el derecho universal a
no ser expuestos al ridículo, nos reservamos el derecho a escoger cual será el
escenario y las condiciones de la fragua. Ningún hombre podrá ser forzado a
exponerse a la humillación de tomar punto y dedal; planchas cuellos o forzar guisos
si no están dadas las condiciones aptitudinales necesarias. Las exhibiciones de
fuerza bruta desprovistas de pericia, los barridos voluntariosos y las puestas
de mesa también deberán ser tomadas en cuenta el momento de sumar créditos
emocionales.
Ningún hombre verá interrumpido su juego de pelota por
motivo fútil. Ver un jugo de pelota, cualquiera sea el calibre de la pelota,
es, para cualquier hombre, casado o soltero, una actividad sagrada. Ver
escamoteado su desarrollo con preguntas como “¿te conté lo de mi Tía Jacinta?”
acompañado de un “contigo no se puede hablar” constituyen un irrespeto y un
agravio inaceptable. No hay nada más que agregar: durante un juego de pelota se
conversará exclusivamente lo necesario. Se harán excepciones en los cortes comerciales.
Los domingos en la mañana se respetan. El domingo, Día del
Señor, fue pensado para el descanso y la contemplación. Hagamos una paráfrasis
de lo asentado por Jesús: el domingo se hizo para el hombre, no el hombre para
el domingo. Todo el mundo es libre de madrugar un domingo para subir a El Avila
persiguiendo a Lilian Tintori o salir a pasear al parque Zuata detrás de
Valentina Quintero. Ese día, consumida la parábola de la jornada laboral, sin
embargo, los hombres regularmente preferimos hacer aquello que nos ha sido
imposible hacer durante el resto de la semana: descansar. Revisar la prensa sin
apuros, leer a Lorenzo y Pepita, seguir con el libro de rigor y escrutar el
techo en sana paz. El deber de toda
esposa responsable consiste en permitirnos reponer fluidos y cargar energías
sin hacer mención a capítulos complejos o polémicos. Durante toda la mañana
quedará expresamente prohibida mención alguna a diligencias atrasadas
–obtención de licencias, gestiones de sacos de cemento en Los Valles del Tuy,
visitas a fisioterapeutas o llamadas a mecánicos: todas, incluyendo la puesta
en orden del apartamento, serán atendidas en horarios de oficina. Sólo podrán despertarnos nuestros hijos: una
vez cumplidos los ocho años la veda los incluye a ellos.
Las peleas con crisis de llanto no deberán sobrepasar una frecuencia bimensual. Cierta literatura vinculada al machismo clásico había dejado sentado en algunas de sus obras fundamentales que “no hay mujer que no resuelva un entuerto llorando”. Las corrientes revisionistas del machismo democrático han ido matizando con los años esta postura terminante y excesiva. En los confines ideológicos del Machismo Real el llanto era tenido como síntoma de una crisis terminal y símbolo de una derrota sin atenuantes: se lloraba, y con discreción, en los velorios. Con el tiempo lo hemos ido entendiendo: las mujeres, al llorar, no necesariamente están en crisis: resulta que a veces están “drenando”. El machismo democrático debe comprender la importancia que para ellas tiene la circulación de líquido emocional en sus tuberías sentimentales, todo con el objeto de prevenir males mayores de carácter ulterior. Nada más peligroso que producir sedimentos anímicos y coagulaciones inconvenientes de carácter retroactivo en las emociones femeninas Cierto liberalismo extremo femenino, lo sabemos, acude al recurso del llanto con la misma frecuencia con la cual estornuda. Sensaciones reprimidas y tormentas con gritos que truecan a los pocos minutos en una insólita serenidad de ojos hinchados y mocos en trance de sedimento: “¿Ponemos un rato las comiquitas?” puede ser perfectamente capaz de afirmar una mujer que diez minutos antes estaba inmersa en una tormenta dantesca. El machismo moderno ha sido compelido a ponerle, entonces, condiciones al drenaje. La frecuencia de las tormentas que acá queda asentada tiene, sin embargo, carácter negociable.
Comer en el cuarto es un hábito como cualquier otro.
Almuerzos y cenas constituyen con mucha frecuencia actividades rutinarias,
inherentes a la misma condición humana; trámites administrativos vinculados a
la salud misma, por aquello de que quien no come se muere. Los momentos
festivos y las ocasiones especiales, como ha quedado dicho, están reservados
para circunstancias especiales. No toda ingesta calórica tiene que dar lugar a
ceremonias con mantel y velas. No siempre será necesario "poner" la
mesa. Comer no es, necesariamente, una ceremonia: una ceremonia es un entierro.
Comer y ver televisión es una actividad que a todo hombre normal le produce una
enorme felicidad: deberá ser respetada si se ejerce de manera ocasional y
oportuna. Hábito este, además, que no es excluyente: toda mujer que así lo
desee nos puede acompañar. Nadie debe
pasar por alto un detalle: por algo el mercadeo moderno envía las pizzas
cortadas en trozos: separarlos es un derecho personal. La conquista del cuarto a la hora de la
comida de forma razonable y negociada será un punto de honor para el machismo
democrático.
Todo hombre tiene derecho a comer cosas frías de la nevera sin ser estigmatizado. Nadie guarda en la nevera cosas que no sean comestibles. Tuercas, martillos y cables eléctricos están ubicados en los gabinetes altos de la cocina. Si las cosas están en la nevera es porque nadie se va a envenenar al comerlas. Si es viernes, si media el whisky, si se llega tarde, si el hambre aprieta y al sujeto del análisis, valga decir, al hombre en cuestión, no le importa, comer fiambres de cualquier calibre en proporciones moderadas –albóndigas, tortas de arroz, encurtidos, pedazos de queso o berenjeas silvestres que provienen del mediodía- constituye un hábito que deberá ser respetado. Siempre y cuando no ensucie y se deje intacta suficiente comida para los demás.
Ningún hombre está moralmente obligado a ir a una piñata de
alguien que no conozca. Decoración de interiores, colores apropiados,
gelatinas, la comiquita de moda. Envolver pedazos de torta en papel aluminio
“para que le mandes un poquito a tu mamá”. El asunto no se nos da igual.
Podemos hacerlo: de poder, se puede, pero nunca será lo mismo. Los hombres
asienten, colaboran, cargan, arriman, empujan, vigilan a los niños con miradas
panorámicas, reportan y obedecen. Se beben las cervezas con los amigos y se
comen aquellos entrañables perros calientes que, en los años de la soltería,
eran ingeridos por las noches. Las piñatas para los hombres son como los
cepillos de dientes: entre más personales más apropiadas. No hay escenario más
desolador que asistir a una piñata ajena, sin referentes previos, perdido en un
mar de tías desconocidas que pellizcan argumentos para conversar.
Comprar rápido: un gesto que siempre se agradece. No existe
sobre la tierra una mujer que, en trance de escoger un vestido, no pida opinión
a un tercero. El tercero, normalmente, será usted: procederá a continuación, a
decidir exactamente lo opuesto a lo dictaminado. Las compras femeninas, sobre
todo si son de ropa, pueden constituir un tortuoso ejercicio compuesto por
prelaciones incomprensibles, reflexiones subordinadas, preguntas de socráticas
que no tienen respuesta, secuencias de espejos, dudas existenciales de carácter
cromático e inútiles regateos de precios. No hay espacio más hostil, más
invasivo, más promiscuo, más parecido a una ergástula que un probador de Zara.
Todo hombre responsable está en la obligación de tener una idea razonablemente
clara de lo que quiere comprar, escogerlo y salir de aquel aparatoso entorno
tan pronto como pueda. Las compras en el hogar, de la mano del hombre, deben
ser como la información: veraz, precisa y oportuna.
Cumplidas las tareas asignadas, todo esposo responsable se
merece un refuerzo positivo. Se la atribuya a la Pasionaria haber
afirmado, en plena guerra civil, aquello de que “el cumplimiento del deber no
se aplaude”. Los machistas democráticos jamás le hemos dado demasiado crédito a
esa frase antipática, amargada y carente de sex appeal. Todo hombre que pase
coleto, friegue, cargue, baje, suba y arregle trabaja para ser recompensado con
una frase de reconocimiento, una palabra de estímulo, una expresión amorosa o
un oportuna sobada de cogote.
La realidad es contradictoria? Machismo democrático?, la palabra machismo hace corto circuito en mi cabeza!
ResponderEliminarVi reflejada la realidad abisal de mi hogar, donde mi esposo ha copiado a pie juntillas todo el decálogo de peticiones, con la salvedad de que las ha puesto en practica de manera solapada en los veinte años de matrimonio. Felicitaciones por tu articulo, nos hizo reír hasta el llanto a mi hija y a mi.
ResponderEliminarMuy acertado El manifiesto Alonso.. ya muchos estamos aplicando esas peticiones. saludos
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