lunes, 24 de enero de 2011

Cápsulas sobre Caracas

- Si no estuviera tan peligrosa, si el caos no fuera tan acentuado, si el tráfico no nos amargara tantas tardes, yo podría afirmar que Caracas es una linda ciudad. El Avila es una caja de resonancia cromática; con toda responsabilidad puedo afirmar que jamás he visto en ninguna parte días tan perfectos como los que se pueden retratar en estos confines en enero. Su entorno vegetal es un privilegio: la avenida Los Jabillos o la principal de Sebucán presentan una arquitectura natural de luces y sombras. Algunas visuales de sus colinas y vías expresas siguen siendo postales.

- Si estoy irritado puedo pasar largo rato quejándome del país, pero hago silencio cuando la tertulia se aproxima a entrar a despotricar sobre Caracas. Soy caraqueño, y aquí sigue instalada la oficina desde donde veo al resto de la humanidad.

- Tiene Caracas muchas autopistas, que se despliegan sobre su espalda como serpentinas, avenidas muy estrechas, y una arquitectura con un predominio de la línea recta. Antes estaba orgulloso de ese entramado vial millonario que se ha venido eclipsando conforme se impone la superpoblación de automóviles. Con los años, de boca de algunos arquitectos, he ido aprendiendo que ninguna ciudad sana debería permitir que las vías expresas inunden sus entrañas de esa forma.

- A diferencia del resto de las ciudades que he visitado en mi vida, en Caracas, salvo en contadas iglesias y en el Panteón Nacional, está ausente el barroco. No hay, como si en Lima, La Habana, Buenos Aires o Montevideo, estructuras cupulares clásicas ni edificios monumentales antiguos.

- Es cierto: arrendajos, azulejos, tórtolas y tordos; guacharacas, guacamayas y loros de todo calibre siguen surcando a placer los cielos de una ciudad que vive en techicolor. Despiertan a la gente, se comen las frutas de los árboles, dejan su huella en automóviles inocentes. Puede uno verlo en las tardes, buscando posada en las hojas de los árboles, intercalando graznidos mientras comienza a ponerse el sol. Es esta ciudad un insospechado emporio de pájaros; en ella encuentran muchas aves un hábitat perfecto para llevar una vida feliz. Son los humanos que les acompañamos, en cambio, los que no la pasamos tan bien. En la tierra los vemos pasar, desde Chuao, La Carlota o Bello Monte, rumbo a la montaña, inocentes y felices, mientras reparamos en que, abajo, las señales de tránsito y los carteles que indican la nomenclatura de las urbanizaciones están cruzados por orificios de balas.

- Parque Central, El Teatro Teresa Carreño, la Plaza Francia de Altamira, las Torres de El Silencio, la Torre La Previsora. Todos los símbolos de ésta ciudad son contemporáneos. Era muy poco Caracas, también a diferencia de estas ciudades, antes de los años 20. Cuando estoy fuera del país, y pienso en Caracas, sin embargo, me viene a la memoria una edificación que, ni es muy citada, ni es apreciada por los arquitectos: la Torre Pirámide Invertida del CCT. Encuentro en este sobrio edificio de oficinas con ciertas pretensiones universales un símbolo perfecto de la ciudad cotidiana en la cual vivo. Todos, comenzando por el último, tienen el rasgo que estoy describiendo: la tutela de la línea recta en su aspecto. La ausencia total de arabescos, garabatos, estatuas o arcos de medio punto que son tan comunes en otros confines.

- El minarete de la exótica mezquita de Quebrada Honda, la segunda en tamaño en toda Sudamérica, desconocida en sus entrañas por literalmente toda la ciudad, ofrece un grato contrapunto visual de Caracas. Ante todo, Caracas tiene buen lejos, y aquí hay un ejemplo perfecto para ilustrarlo.

- Si Parque Central, el Metro, el polígono cultural de Bellas Artes y Sabana Grande dejaron de ser lo que fueron, es imposible no tomar nota de la actual decadencia de Caracas. Sabana Grande ha salido de la ruina y presenta un aspecto aceptable, pero el lustre de otrora le queda lejos. La ruina de Parque Central, y de todos los museos que la circundan al remolque, simbolizan hoy el estancamiento de esta ciudad.

- Algunos de los edificios más feos que he visto en toda mi vida también encuentran asiento en Caracas. San Martín y San Juan; Los Ruices y La California; El Valle y El Paraíso; la avenida Baralt y algunas cotas de la avenida Fuerzas Armadas. Moles desproporcionadas, planificadas por algún arquitecto ebrio, remedos lamentables de la modernidad, apuestas funcionales sin la menor consideración con la estética. Panales de personas que acumulan todos los problemas posibles. En algunos de sus costados, parece Caracas la réplica tercermundista de Blade Runner: un retrato futurista donde todo salió mal.

- El Abra Solar de Alejandro Otero; la fisicromía de Carlos Cruz Diez en la Plaza Venezuela; las obras de Soto en la Torre Seniat, El Cubo Negro, la Plaza Brión y el distribuidor de Santa Cecilia. Las deliciosas intervenciones al entorno que tienen lugar en la Ciudad Universitaria. Ha sido Caracas la orgullosa sede de una notable generación de artistas contemporáneos. Fue ese el perfil que la distinguió durante mucho tiempo: el hilo conductor en la concepción y el decoro de sus espacios públicos. La gran mayoría de los caraqueños ni conoce, ni les interesa, ni valora el legado de estos venezolanos universales

- Aunque no resistirían jamás una comparación con sus pares de Buenos Aires, México, Río o Lima, para no hablar de Madrid, debo que confesar que tengo una especial debilidad por el modesto casco histórico de Caracas. Ni siquiera podemos hablar acá de una arquitectura “colonial”: hasta 1870, está ciudad seguía cruzada por las ruinas del terremoto de 1812. Encuentro especialmente encantadores el neogótico en miniatura del Palacio de las Academias; el Palacio Federal Legislativo, con sus salones y sus dos alas; La Vicepresidencia de la República, la Iglesia de Santa Capilla, el Correo de Carmelitas y el edificio Principal, en la esquina del mismo nombre.

- La arquitectura de Caracas correspondiente a los años 40, 50 y 60 tiene en Caracas episodios muy afortunados. La que fue levantada de los setenta en adelante, sobre todo en sus zonas residenciales, es, en cambio, bastante mediocre. En la primera están inscritas zonas de Santa Mónica, Valle Abajo, Maripérez, El Bosque, Los Palos Grandes, Propatria, Puente Hierro y Quinta Crespo. En la segunda están El Cafetal, El Marqués, Montalbán y Caricuao.

- El caótico y empobrecido nudo urbano de la Hoyada, en pleno centro de la ciudad, plantea los dilemas y los desafíos más dramáticos de la Caracas del futuro.

- Siempre tuve a Caracas como una estrecha ciudad dominada por imponentes rascacielos. Es una impresión que descansaba en la perecepción de la longitud de algunos edificios del centro, muy especialmente el del Minci y el del Banco de Venezuela, y, sobre todo, por el predominio de las torres de Parque Central, todavía la estructura de concreto armado más alta de Sudamérica. Con tales construcciones, esta ciudad imita los ejercicios de poderío gerencial de algunos emblemas norteamericanos. Alardes de pretensión urbana que, hoy por hoy, lucen más que discutibles. Regresando de Buenos Aires o Madrid, sin embargo, he vuelto la mirada hacia una estructura más bien chata y apelmazada. La segunda parte de la avenida Francisco de Miranda, en las alturas de la estación Chacao, a la altura del Centro Perú, es, a estos efectos, particularmente mediocre y prescindible.

- Amenazado: no hay otra palabra para describir la sensación que puede sentir cualquier transeúnte inocente si las circunstancias lo emboscan en las cercas alambradas de la Florida, en las mansiones sin fachada de Los Chorros, en las perturbadoras insinuaciones de El Llanito, en la fortificación alambrada en torno a Terrazas del Avila, en la periferia de El Silencio, en algunos bares desgarbados de la avenida Casanova. La hostilidad de Caracas es objetiva, y se expresa, no sólo en la ausencia de hemodinamia de sus corredores viales y la dictadura anarquizada de sus motorizados, en el día, sino en la perturbadora soledad nocturna de sus urbanizaciones. Caracas puede ser a veces hermosa, pero también es sucia, agresiva y sin modales.

- Hay en Caracas algunos reductos europeizados, hijos de la vibrante inmigración de los años 40 y 50, encantadores y más bien poco comentados entre sus conciudadanos como áreas de interés. Bello Monte, Las Acacias, La Carlota, Los Chaguaramos, Chacao, Las Delicias, Valle Abajo, y hasta el hoy arisco San Bernardino. Con sus restaurantes y churrerías, El Hatillo porta una aureola muy similar, pero tiene otra historia. Con sus altas y sus bajas, son oasis en los cuales se consiguen rincones interesantes y la vida parece ir a otra velocidad. La Candelaria es, sin duda, un nido español tradicional, y sus tascas conservan sus encantos, pero su morfología es demasiado mestiza para lucir exactamente europea.

- Se come bien en Caracas, dicen lo que de esto saben. Pero no también como antes, agregan otros tantos. Es ésta una ciudad cosmopolita, mucho más que otras en su entorno próximo, quién lo duda, pero los rigores de la política y la economía le han hecho perder en mucho la variedad y el encanto.

- Más allá de los lugares comunes, hay en Caracas algunos edificios de arquitectura moderna sofisticados, sobresalientes y dueños de un atractivo que a mi me parece universal. Parque Cristal, Atlantique, el Cubo Negro, la Torre Corp Banca, la torre Coinasa, el Centro Iasa, el Centro San Ignacio. El Centro Galipán. Algunos ejemplares de El Rosal. Se sirven de las bondades del clima; nos regalan sombras naturales, son espacios sofisticados y llenos de un desenfado elegante muy propio de esta ciudad.

- Difícil encontrar un reducto más caraqueño que Las Mercedes, tradicional laguna donde los ciudadanos de todas las clases concurren a distraerse en las noches. Ecléctica, desordenada y ruidosa. Una urbanización que se fagocita y se reconstruye a si misma de forma endiablada tramando edificaciones con nuevos restaurantes y bares. Manzanas en las cuales no hay espacio para las fechas ni la memoria. Ultimamente ha recobrado cierta coherencia con la remozada -y criticada- plaza Alfredo Sadel. Decía William Niño que la colina que domina Las Mercedes, presidida por el Hotel Tamanaco, es probablemente la más bella de toda la ciudad. Puedo suscribir esa apreciación.

- Es imposible no ofrecer una panorámica de Caracas sin incluir a su otra mitad, la que vive en improvisadas barriadas autoconstruidas, con servicios públicos intermitentes y un intricado acceso a sus viviendas. La deuda social que no se salda. El eterno bofetón que nos recibe y nos despide camino al aeropuerto.

- En fin. El sentido común me impide culminar de forma edulcorada estas líneas improvisadas del lugar donde vivo. En Caracas está escrita toda mi vida; por supuesto que ella me habla más que cualquier otra ciudad. Podría Caracas ser linda en otras circunstancias. Pero las circunstancias no son otras, son éstas. Y si yo tuviera ruedas fuera una bicicleta.

1 comentario:

  1. Me encanto tu articulo. Se parece mucho a lo que siento por Caracas...y definitivamente en estos días de Enero, todas las mañanas y atardeceres me reconcilian con ella...y me siento muy feliz de ser caraqueña...(claro hasta que entro en el trafico enloquecido)

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